Canto del Caminante y del Abismo Sin Voz

(Relato con tono homérico y espíritu nietzscheano)

I. Invocación

Canta, Musa sombría,
del varón que subió a las montañas brumosas
cuando la aurora aún yacía dormida
en los brazos de la noche.

Canta del que no buscó consejo de adivinos
ni pronóstico alguno de los dioses,
pues sabía que la palabra del hombre valiente
pesa más que los augurios de los cielos.

II. La Subida

Como un lobo solitario
que asciende a la peña más alta
para desafiar a los vientos sin nombre,
así avanzó el Caminante.

Sus sandalias hollaban la roca antigua,
y el eco respondía como un viejo titán encadenado.
La niebla, blanca cual sudario de jóvenes caídos,
se enroscaba en torno a sus piernas
como serpiente del Hades que busca un alma.

Mas él no se detenía,
porque en su pecho ardía un fuego más severo
que el de la fragua de Hefesto.

III. La Cima y el Silencio de los Dioses

Cuando alcanzó la cúspide,
la tierra desapareció bajo un mar de nubes,
blanco, profundo, infinito,
como las alas extendidas de la muerte.

Allí se irguió el varón, solo, sin escudo ni lanza,
sin plegaria ni súplica.
Pues sabía —como saben los héroes trágicos—
que los inmortales, si existen,
guardan silencio ante los fuertes.

Y el abismo no habló.
Ni trueno.
Ni presagio.
Solo el soplo frío del viento,
cual mensajero cansado que ha perdido sus palabras.

IV. El Llamado del Descenso

Pensó entonces el Caminante:
“Es dulce volver al valle,
donde el hogar aguarda,
donde el canto es suave
y el destino leve.”

Pero en su pecho se levantó
la voz indómita de Dioniso,
el que ríe entre los tormentos,
el que danza sobre el abismo.

Y esa voz clamó como un cuerno antiguo:

«¡No vuelvas al refugio!
¡No te entregues a la tibieza del vivir común!
Pues no fuiste engendrado para lo fácil,
sino para la noble aspereza
que separa a los hombres de los héroes.»

El varón escuchó,
y su corazón se endureció como bronce ardiente.

V. El Coro de las Nubes

Entonces habló la Niebla misma,
no con lengua mortal,
sino con rumor de océano inviolado:

“¡Oh tú, que te atreviste a pisar esta cumbre!
Aquí no hallarás dioses que te sostengan
ni destinos escritos por mano ajena.
Aquí solo hallarás la desnudez del Ser,
y el peso de tu propio devenir.”

Así cantó la Niebla,
como un coro que hubiera aprendido su canto
en la noche primera del mundo.

VI. La Afirmación Trágica

El hombre alzó los brazos hacia el firmamento.
No pidió clemencia.
No pidió favor.
No pidió gloria.

Con voz grave como la marea de invierno, dijo:

«¡Sí!
Sí a este abismo que no responde,
sí a este dolor que no termina,
sí al destino que no promete,
sí al retorno eterno de mi propio ser.»

Y en ese resonó la estirpe antigua
de los que prefieren la verdad cruel
al sueño apacible.

VII. El Descenso del Héroe

Entonces el varón puso el pie en la senda
que volvía al mundo de los mortales.

Pero bajaba distinto:
no como el que ha encontrado consuelo,
sino como el que ha sido probado
y no ha sido hallado falto de valor.

El silencio lo seguía,
como siguen los viejos coros
a los héroes que ya han visto demasiado.

Y si algún día los dioses hablaran,
si alguna vez rompieran su callado Olimpo,
recordarían que un solo hombre,
en la soledad de una montaña,
pronunció el Sí más terrible
y más noble que puede pronunciarse
en la vasta tierra de los vivos.