≪Yo, por mi parte, afirmo que la verdad es tal como lo tengo escrito. Efectivamente, cada uno de nosotros es medida de lo que es y de lo que no es y la diferencia entre un hombre y otro es enorme precisamente porque para el uno son y aparecen unas cosas, y para el otro otras. Y estoy muy lejos de negar que existe la sabiduría y los hombres sabios si bien llamo sabio precisamente a aquél que nos hace cambiar consiguiendo que para cualquiera de nosotros aparezca y sea bueno aquello que nos aparece y es malo. 

Y no trates de juzgar esta definición jugando con las palabras sino trata de comprender más claramente aún lo que pretendo decir. Recuerda lo que ya se ha dicho anteriormente, cómo para el que está enfermo el alimento es y aparece amargo, mientras que para quien está sano es y aparece lo contrario. Pues bien, no hay por qué considerar que el uno es más sabio que el otro -pues esto es imposible- ni se ha de afirmar que el enfermo no sabe porque opina de tal modo mientras que el sano es sabio porque opina de tal otro modo: lo que ha de procurarse es que aquél cambie de estado, ya que el otro estado es mejor.

De igual modo, con la educación ha de procurarse el cambio desde el estado peor al mejor. Ahora bien, mientras que el médico produce el cambio por medio de fármacos, el sofista lo procura mediante discursos. Nadie, pues, puede hacer que quien piensa lo falso venga a tener opiniones verdaderas, ya que ni es posible pensar lo que no es ni tampoco pensar nada que no se experimente y lo que se experimenta siempre es verdadero. Más bien sostengo que se trata de hacer que quien opina de acuerdo con una disposición perjudicial del alma llegue a tener las opiniones opuestas y conformes a una disposición provechosa de la misma, opiniones éstas que por ignorancia algunos llaman verdaderas: yo, por mi parte, considero que unas opiniones son mejores que otras, pero no que sean más verdaderas en abosulto.

Y por lo que se refiere a los sabios, amigo Sócrates, lejos de llamarlos ranas, llamo médicos a aquéllos que se ocupan de los cuerpos y agricultores a los que se ocupan de las plantas. Y es que afirmo que también estos últimos hacen que las plantas cuando están enfermas, dejen de tener sensaciones perjudiciales y adquieran estados y sensaciones provechosas y saludables, así como los oradores sabios y buenos hacen que las ciudades les parezcan justo lo provechoso en vez de lo perjudicial. Y es que aquellas cosas que parecen justas y honorables a cada ciudad son justas y honorables para ella mientras se piense que lo son. El sabio, por su parte, cuando resultan perjudiciales, hace que sean y parezcan provechosas. Por la misma razón también el sofista es capaz de educar a sus discípulos de este modo y por ello es sabio y merece recibir un salario elevado por parte de aquellos a quienes educa. Y de este modo resulta que unos son más sabios que otros por más que ninguno tenga opiniones falsas y tú, quiéraslo o no, has de aceptar que eres medida. En efecto, estas consideraciones ponen a salvo mi doctrina≫.

                  Platón, «Teeteto», 166D-167D